Pensé que para capturar la guerra de sexos que parece vivirse por estos días en la ciudad, iba a estar bueno mostrar también qué pasaba en la contra-manifestación que un grupo de hombres organizaba en el Puente de la Mujer, para protestar por la protesta de esas mujeres (si, increíble). Esa protesta se llamaba «Chotazo» y me resultaba totalmente intrigante ¿En serio algún tipo iba a ir a «pelar» frente al río por una causa tan poco noble?
Entre el «Chotazo» de Puerto Madero y el del Obelisco (donde se hacía el Tetazo), estaban confirmados como «asistentes» más de diez mil hombres. Me pareció que incluso mostrar que no iba nadie podía ser divertido. Y lo fue, hasta que Instagram descubrió mi Story y decidió cerrarme la cuenta por «uso de lenguaje obsceno» y por «exhibición de material pornográfico»
Durante tres días estuve al borde de perder mi cuenta. No sé si fueron las denuncias que le pedí a mis amigos que hicieran sobre censura a la misma red social, las media docena de mails que mandé a gente que me pasó «contactos» internos o simplemente que el algoritmo señaló que yo no era tan peligrosa, que finalmente me la devolvieron. Sin la historia, claro. Mientras todo eso pasaba, escribí este texto para La Agenda de la Ciudad de Buenos Aires y claro, edité el video censurado.
Obsceno es otra cosa
Publicado en La Agenda
El Chotazo se anunciaba en Facebook para el mismo día y la misma hora que el Tetazo. Estaba desdoblado: el Chotazo 1 se haría en el Puente de la Mujer (“en un lugar que es como una mina abierta de gambas”), y el Chotazo se llevaría a cabo en el punto exacto en el que se realizaría la protesta femenina, en el Obelisco. Al principio, parecía un chiste. Desafortunadamente, con el correr de los días el tono de la convocatoria, mostraría que no. Aunque se podía pensar tranquilamente que se trataba de una manifestación creada para ironizar sobre la figura del “macho asustado”, bastaba con entrar a ver los comentarios de sus más de 13 mil “asistentes”, para entender que eran los mismos machos asustados, sin trolls ni seudónimos, los que lo habían creado. Bajo lemas como “vamos a destrozarlas”, “aprovechemos para meter mano”, y él nunca pasado de moda, “son todas putas”, esos hombres se daban palmaditas en sus hombros virtuales para recordarse entre sí que “hey, todavía estamos a tiempo de recuperar el control”.
El martes 7 de febrero, a las 17 en el Puente de la Mujer, sin embargo, no se vio ni una chota. Casi que no se vio ni un hombre. Las pocas braguetas por ahí presentes estaban bien cerradas y quienes transitaban por Puerto Madero parecían no estar enterados de la furia que en ese momento comenzaba a desatarse a pocas cuadras.
Las mujeres sí fueron al Tetazo. Y vaya que fueron. Llenaron la plaza frente al Obelisco. Había jóvenes, viejas, desinhibidas, tímidas, militantes, estrategas, espontáneas, debutantes y experimentadas en el arte de ponerle el cuerpo a una manifestación. Se agruparon en un enorme círculo de contención al que no podían entrar machos. Machos. Los otros hombres sí podían entrar. Con el correr de los minutos fue quedando en claro que el criterio de ingreso no era estricto ni tajante, ellas elegían. ¿Cómo podían saber de antemano que esos hombres que ingresaban no estaban viendo un oasis de tetas ni proyectando fantasías estéticas de harén? En el Tetazo, los aliados fueron hombres que se animaron a pedir permiso con sus propios cuerpos para formar parte de la manifestación. Hombres maquillados, hombres con corpiños, hombres teñidos de rosa. El resto, los del discurso progre fácil, quedaron afuera. El problema fue que el resto, como siempre, fue ni más ni menos que la mayoría.
No hubo muchos hombres cubiertos en purpurina, feminizados ni dispuestos a exponer su físico para demostrar su presencia en son de paz . Sin embargo, sí hubo muchos que dispuestos a poner su cuerpo para hacer nuevas formas de exhibición de dominio físico en la vía pública. Muchos machos hicieron, o pretendieron hacer, aquello que le macho sabe hacer en la calle: amedrentar, manosear, agredir. Esa es la razón por la que ayer la marcha casi termina siendo lo que sucedía entre linchamiento y linchamiento a hombres que lo único que deseaban era deambular en esos pocos metros en los que las mujeres estaban reclamando por sus derechos. Aunque la ciudad fuera enrome, esas baldosas para algunos, de pronto, pasaron a valer oro. Si hay algo que las mujeres sabemos es que no todas las invasiones son evidentes. Entrenadas en el arte de leer lo gestual como forma de supervivencia, bastaba que una detectara actitudes de sexualización y dijera “fuera”, para que todas hicieran ronda alrededor del hombre señalado, al canto de “fuera macho fuera”. Era la forma de mirar como macho, su manera de apuntar el celular o la cámara hacia los torsos, su murmullo inentendible, su sonrisita socarrona, su mirada sostenida la que lo delataba. Es difícil decodificarlo pero para cualquier mujer, es muy fácil sentirlo: en un mundo queapenas cuestiona la violencia literal, ayer el criterio delo instintivo se volvió incuestionable.
La prueba fehaciente de que efectivamente el expulsado era macho llegaba justo en ese momento en el que se le pedía que se retire: el tipo en cuestión se negaba a irse, se agarraba a su emplazamiento, con uñas y dientes. Tal como se agarraban los del Chotazo al enorme cumulo de privilegios simbolicos que ahora ven escurrirse por entre sus manos. Los berrinches de hombres adultos se dieron uno tras otro. En muchos casos se convirtieron en agresiones frontales. “Esto es espacio público y yo me quedo donde quiero”, “para que mostras las tetas sino querés que te las mire”, “mira si voy a querer mirarte esas dos cosas caídas”. Las provocaciones fueron insólitas y descaradas, pero en ningún caso novedosas. No es exagerado decir que para las manifestantes, el nivel de exposición de ayer fue agotador. Pero ese fue solo el comienzo.
La mayoría de las mujeres que asistimos ayer a la marcha y filmamos y tomamos fotos de las manifestantes, amanecimos con cuentas nuestras de nuestras redes sociales cerradas. A todas se nos advirtió que infringimos normas de la comunidad subiendo “material obseno” y muchas fuimos denunciadas por “amigos” seguidores que en silencio repudiaron los deseos de libertad que nosotras manifestamos tan alegremente. En el tetazo hubo furia, libertad, alegría, compañerismo. Pero Facebook, Instagram y algunos de nuestros conocidos, solo vieron tetas e invitaciones a actos lascivos en contra de la familia, la monogamia, la reputación y la buena educación. Muchas no entendimos del todo lo que significaba la prohibición de mostrar pezones hasta que nos dimos cuenta que un hombre empujando a una mujer en un acto feminista no puede ser denunciado a través de las redes, si hay pezones en el plano. O que la opinión política de una chica con el torso desnudo no vale absolutamente nada. Yo personalmente aprendí que una teta puede cambiar el género de una foto, de “periodística” a “pornográfica”.
Ellas lo explicaron mil veces. “Obsceno es que nos acosen, que nos amenaces, que nos golpeen, que nos violen, que nos empalen, que nos prendan fuego, que nos torturen, que nos asesinen, que tires nuestros cuerpos a la basura o aun pozo, que nos obliguen a parir o a no hacerlo. Mi cuerpo no es obsceno. Mi cuerpo es libre y con él hago lo que quiero”. Sin embargo, con una clara incapacidad de reflexionar sobre la arbitrariedad de obligar a las mujeres a cubrirse cierta parte del cuerpo que el hombre no se cubre, la mayoría de los detractores y detractoras del tetazo llegaron a la misma conclusión: es una exageración pelear para poder andar desnudas.
Hay otro chotazo anunciado en Facebook para San Valentin. Todos saben que no va a ir nadie. Y no es porque los hombres no se animen. Es porque no les hace falta. ¿Para qué hacer el tramite de reunirse cuando se puede “pelar” en la cara de cualquier colegiala, de una madre con hijos o de señora mayor? ¡Sin consultarle e inesperadamente! Esa estrategia para mostrar el poder hace siglos que vienen funcionando mucho mejor que cualquier Tetazo. Y sino pregúntenle a cualquier mujer, de cualquier generación, si acaso no presenció un “chotazo” inesperado. Pequeñas maneras de hacer política en lo cotidiano.