Yo quiero bailar caño, semi desnuda, en un vidriera sobre la Avenida Santa Fe. Entre los bondis, entre los taxis, delante de señoras fifis y de gente apurada que sale del subte, que mira y no entiende nada, porque esto no es Amsterdam, esto es Buenos Aires. Y esto no es Europa, esto es Latinoamérica. Y acá no hacemos nudismo, ni nada que se le parezca: acá un escote profundo ya es mucho para salir por la calle.

Soy porteña, sé perfectamente bien lo que es especular con la ropa: sé que el largo de la pollera o lo ajustado del pantalón pueden definir el grado de paz que voy a tener caminando sola por la calle. Ni hablar de noche.

Sé lo que se siente que llegue el calor y los hombres interpreten que no es el aumento de la temperatura  lo que hace que mi ropa sea mas chica, sino las ganas desesperadas de revolcarme con ellos. Porque todo lo que hace con su cuerpo una porteña tiene el mismo mensaje: querés un revolcón, o no querés ese revolcón.

Hace poco un taxista me señaló a una chica. Me dijo «Mirá como va vestida, después no quieren que le digan cosas».

– Hace 35 grados señor – le contesté

– Ay nena, eso la mujer lo hace por el hombre – me reveló con cara de ganador.

– Tal vez si, tal vez está yendo a encontrarse con su novio. ¿Debería usar otra ropa y cambiarse cuando lo vea? – me enojé. Me mordí los labios, le hice cara de «Que hambre que tenés, boludo».

Agradecí que no supiera que bailo caño. Ni que voy a bailar caño en una vidriera a la calle, semidesnuda, sobre la Avenida Santa Fé. Entre los bondis, entre los taxis, delante de señoras fifis y de gente apurada que sale del subte, que mira y no entiende nada, porque esto no es Amsterdam, esto es Buenos Aires.

Tal vez como mecanismo de adaptación bien porteño, aprendí a disfrutar la adrenalina de ser malentendida. Una se siente una revolucionaria en ese momento en el que decide que no va a asarse en un subte sin aire, con bioclima tropical, solo porque la mayoría de los tipos puedan pensar que estás on fire. Estoy caliente sí, ¡acá no hay aire!.

No sé si alguna vez un hombre va a poder entender lo que es tener que tomar decisiones sobre lo que hacés con tu cuerpo en base a lo que querés o necesitás que otros perciban. Tener que tomar decisiones sabiendo que podés ser completamente mal interpretada y hasta estigmatizada -también por otras mujeres – es algo que te estresa sobre vos misma.

Si tan solo fuera una vedette, una mediática, si tan solo fuera una prostituta en Amsterdam o una descocada podría hacerlo sin pensar: a salvo, por estar en el casillero indicado. Pero soy periodista, soy cantante, soy compositora y quiero bailar caño semidesnuda en una vidriera sobre la Avenida Santa Fe.

El viernes 24 de abril voy a  bailar caño semidesnuda en una vidriera sobre la Avenida Santa Fe. Voy a cantar mis propias canciones mientras lo hago. Y voy a tener una puesta en escena hermosa. Va a ser en la fiesta del primer aniversario de uno de mis lugares favoritos: la boite de nail art, Penny Nail. Va a haber un montón de chicas que entenderán perfecto que no por bailar caño semidesnuda en una vidriera sobre la Avenida Santa Fé, quiero robarme a sus novios o cobrarle a sus padres. Así como yo entiendo que ellas no son tontas por dibujarse retratos de frenchies bull dogs en sus uñas.

El mundo minitah se volvió tan complejo, tan rico e inspirador que no me extrañaría que pueda considerarse la ultima revolución estética. Si fueramos hombres ya hubiésemos hecho de ella una corriente de arte llamada Girlie art o algo así, pero no lo hacemos porque esto es lo que somos y es tan natural que no lo vemos como una experiencia estética. Sin embargo lo es y es también a mi entender, una de las manifestaciones culturales más interesantes D.I (después de Internet). Y yo quiero ser una parte activa de ella.

Oh L´Murz. Edición Amsterdam

Viernes 24 de abril. 20 hs Fiesta. 22.30 hs Show

Galería Patio del Liceo, Santa Fe 2729, local 15.