La misa negra de Dita Von Teese

SEX❤

Viajé a Amsterdam para ver el primer show del primer tour mundial de nuestra ama.

Esta nota salió publicada en http://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/180171336625/la-misa-negra-de-dita-von-teese

Amsterdam anocheció un poquito más efervescente que lo usual, con persecuciones policiales a hinchas alemanes dispuestos a romper la ciudad tras una derrota contra el equipo local, y una inédita avalancha de teen fans del pop coreano congregados para ver a los Rolling Stones del género, los BTS. Aún así, entre la crispación hoolingang y la histeria adolescente, el espíritu del cabaret europeo más puro supo abrirse paso para llegar a la cita con su ama, Dita Von Teese. Cerca de las 20, la más  suculenta pulpa de la libertina capital holandesa, tomó impulso hacia la puerta del glamoroso Koninklijk Theater Carré, el Teatro Real, de 130 años, el más antiguo de la ciudad. Con sus mejores vestidos, casi dos mil fetichistas, leathers, S&M, chicas pin ups y sujetxs genderless, aparcaron sus bicicletas a metros de la alfombra roja y comenzaron prestarse al juego de mirar y ser mirados. No es una exageración afirmar que, incluso antes de que la entrada a la sala estuviera dada, solo por ellos, el debut de “The Art of Teese”,   la primera gira mundial de la bombshell reinventora del género, ya era un éxito. Si los múltiples sold out anunciados en esta misma ciudad para el día siguiente, en Berlín, París y Londres fueron traccionados por tribus tan pintorescas como esta, seguramente podría decirse lo mismo en cada una de esas capitales.

A sus 46 años, Dita Von Teese es la mayor artista de burlesque de la actualidad, una disciplina que ella misma trabajó para resucitar durante más de veinte años desde  pequeños antritos del este estadounidense. Esta rubia de Michigan, de paradójico apellido Sweet, decidió mutar cuando entendió que no era una chica nextdoor lo que deseaba ser, sino una exótica vampireza de hábitos indescifrables. En ese camino, Dita vendió lencería, posó para aficionados a la cultura pin up y se pegó algunos deslices hacia el porno. Su porno, hay que destacar, denotó desde el principio el criterio de belleza, bizarrez y  enrosque naif que hoy es su marca. Ya por entonces los guiones, la mostraban ejerciendo con sutileza toda su fatalidad. Dita rozaba una pluma por sus pezones, apretaba sus costillas en un corset inhumano o chupaba con devoción un pie durante diez minutos y eso era todo. Una sola vez pasó a más: cuando se puso un dildo para jugar “al varón” con otra pin up. Jura que lamenta esa performance, pero hoy claro, es la más vista. De cualquier manera, Dita nunca terminó de “volcar” del todo hacia ese mundo. Durante años, la alquimia de su transformación fue ejercida a través de perfos y fotos ATP.  Aunque, al ser “ni chicha ni limonada”, el showbusiness le auguraba una carrera sin pena ni gloria, pasaron cosas y ella terminó logrando lo que ninguna artista del género logró jamás: encarar su propio tour mundial.

 

Podría decirse que este triunfo contó con la ayuda de un príncipe de la oscuridad. Cuando se enamoró de ella, Marilyn Manson supo compartir los reflectores,  incluso dejar que se los robe. Nadie se atrevería a afirmar que nuestra diva sacó provecho mejor que él: el saldo final de semejante constelación fue la clarísima influencia  de Dita en la construcción del universo del último trabajo comercialmente interesante de Manson,  The Golden Age of Grotesque. El enganche de Manson con el mundo de Dita duró  más que su mismo matrimonio. Prueba de esto es que luego del divorcio, él intentó convertir a su siguiente novia en una artista de burlesque. Como no había una camada de semejante cosa, el mundo interpretó su misión como una gran mojada de oreja hacía Dita. La por entonces demasiado cachorrita y luminosa Evan Rachel Wood fue el lienzo sobre el que Manson bosquejó los deseos de destruir el potencial de su ex amada. Evan  jamás llegó a proyectar sobre Dita la sombra que Marilyn esperaba y ella misma terminó desistiendo de la estética, el rol y de Manson, claro.

 

A una década de esa separación, sin ser una rockstar, una cantante ni una bailarina, la reina del burlesque finalmente logró encarar un tour mundial propio. Como nadie sabe exactamente en qué consiste su arte, en Amsterdam nadie está realmente seguro tampoco de qué es lo que veremos esta noche. No sabemos tantas cosas sobre el metier de nuestra adorada; solo sabemos que posa hermoso, que se empirifolla sola y muy bien (¡no tiene estilista!) y que se saca, como nadie, la ropa que le diseñan Jean Paul Gaultier y La Perla, la marca de lencería más cara del  mundo. En el escenario, Dita nos ha sorprendido con algunas fantasiosas perfomances para la marca de maquillaje Mac: en una, salió desnuda de una polvera compacta enorme, tapándose únicamente con una esponja gigante. En otra, cabalgó en cámara lenta un enorme labial del color que lleva su nombre y que actualmente puede conseguirse en las tiendas (es rojo, claro). Pero aún en este total desconocimiento, un pacto flota en el aire de este hermoso teatro holandés. Si Dita hace lo que sabe hacer, es decir, ser espléndida con poca ropa (o con mucha y muy brillante), todos nos iremos felices y la amaremos aún más.

 

Cuando el show comienza, Jhonny McGovern, un actor conocido en Estados Unidos  por su personaje y podcast “The Gay Pimp”, se para frente al telón. Una luz cenital lo enfoca. Como maestro de ceremonias (“capocómico”, diríamos en Argentina), anuncia el comienzo de los actos,  reemplazando el “ladies and gentlemen” por “ladys and gays”. A través de él, de manera clara y astuta,  Dita se aleja del estereotipo con el que tantas feministas la han machacado durante su carrera, el de una “bimbo” al servicio exclusivo del deseo masculino. Aún así, no es solo discurso. La sala está mayormente ocupada por mujeres y  los hombres heterosexuales son, de hecho, minoría. Como en el modelo clásico de revista, lo que veremos a continuación son un montón de mujeres que se desnudarán para nosotrxs. La diferencia fundamental es que en esta revista, todo estará dirigido a un modelo de espectador que  ni Jorge Corona, ni Miguel Angel Cherutti y mucho menos Los Midachi se atreverían a proyectar: feministas, gays, queers, y hombres heteros capaces de no ofenderse por quedar diluidos en estos colectivos.

 

El primer número de Dita es una patada en la frente. Como si Michael Jackson abriera su show con Billie Jean,  ella decide tomar el toro por las astas, o aún mejor, el champagne por la frutilla y encarar una sexy rutina que termina por sumergirla desnuda en una copa de Martini.  Abrazada a una chorreante fresa de goma espuma, nuestra diva encara sutiles movimientos que consisten en pasar de pose en pose con grados crecientes de picardía y sensualidad. Cada pose es celebrada como si se tratara de una destreza descomunal, como si se requiriera un talento sobrehumano para hacerla ¿Estamos todos exagerando? Tal vez, pero se trata del tipo de exageración que provocan las figuras de culto. Como si fuera un juego de  ama – esclavxs, el público se muestra dispuesto a celebrarlo todo, a afirmar que cada cosa que hay en este show, es espléndida, aunque el resto de los números no sea, ni por lejos, tan bellos ni tan impactantes como el aura que ella ha aprendido a desprender. Claro que Ginger Valentine luce hermosa colgada de ese corazón enrejado y es cierto que Zelia Rose logra transportarnos al cabaret clásico parisino bailando con semejante soltura su charlestone. Sin dudas, es admirable la capacidad de la modelo XL, Dirty Martini, para disociar sus tetas y  convertir en hélices sus pezoneras pero ¿cuándo vuelve Dita a escena? Entre la postergación, los chistes feministas, algunas burlas a Trump y un número masculino que parodea lo que sucedería si los hombres tuvieran el cuerpo tan censurado como las mujeres, Dita vuelve a aparecer y desaparecer como un dulce anzuelo. Su gesto final es significativo: su aura de diva sofisticada termina volado por los aires cuando, con su limitadisimo talento de bailarina, juega a la chica cowboy escoltada por  dos “susanos” que la acercan más a la estética de un acto de un bingo barrial que a la estrella del Crazy Horse parisino que sabe ser. Cualquier pizca de humanidad la engrandece. Todo nos reconforta. Nada de lo que haga Dita puede estar mal. Especialmente si lo que hace termina por demostrar que un género tan a trasmano del mundo actual como es el teatro de revistas, aún tiene chances, si está dispuesto a negociar con mujeres capaces de llevarse todas las categorías puestas, como ella.

 

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