Me anoté en un taller práctico de squirt. Si, práctico.
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«Nos encantaría ofrecerte otra cosa», me dijo amablemente durante nuestro primer encuentro Patt Oliver, directora adjunta y la encargada de la Sex Academy de Madrid, «pero en verano, las clases que mejor funcionan se dictan en Barcelona y son prácticas: ahí la gente quiere ponerse en acción, no les sienta lo teórico», me explicó. «¿Está bien «práctico» para ti?», me preguntó con naturalidad. «Si si, claro, está bien práctico para mi», le dije toda resuelta. «¿Está bien práctico para mi?», me pregunté ni bien crucé la puerta de ese sex shop vidriado, luminoso y blanco, en el que la Sex Academy tiene una de sus tres sedes en España. Ahora no sólo debería viajar a Barcelona para tomar la clase, además debería tocar, tocarme y ser tocada delante de otras personas. «¿Está bien para mi?». Me lo pregunté cada uno de los días que siguieron.
Desde mi marco de referencia cultural, latinoamericano, repleto de tabúes y sexismo, la idea de una Sex Academy, a todas luces, me inspiraba desconfianza ¿Qué se puede enseñar sobre sexo? ¿Qué necesidad hay de practicar en público? ¿A qué clase de personas se les podía ocurrir llevar adelante algo así? Pero aunque no lograba desactivar la desconfianza, tampoco podía subestimar la intriga que me provocaba el enfoque multidisciplinario y lo «bien de papeles» que parecía estar todo el proyecto de la Sex Academy. Sólo mirar el curriculum de Patt me hacía preguntarme por qué estaba ella ahí. Patt era licenciada en Desarrollo en el Tercer Mundo & Psicosociología por la East London University, especialista en Cooperación Internacional, Género y Desarrollo y había decidido orientar su enfoque hacia la Educación y la Sexología. Su más firme convicción, decía su CV, era que la educación emocional puede cambiar el mundo. En el team de la Sex Academy había alrededor de decena y media de profesionales como ella, psicólogos, sociólogos, antropólogos, algunos de ellos con tres o cuatro masters en cuestiones como Educación y Asesoramiento Sexual. Y luego, claro, estaban los otros especialistas, los encargados de hacer palpable, literalmente, todo ese conocimiento académico: prostitutas educadoras, coachs sexuales y hasta personalidades del mundo de la pornografía. No me salía no tenerle fé a semejante cocktail. Barcelona, allá voy.
Son las 10 de la mañana de un domingo catalán . Anoche, como todas las noches de verano, Barcelona fue una fiesta hasta que salió el sol. Me cuesta imaginarme quién podría hacer el esfuerzo de «madrugar» para ir a un taller práctico de ¡diez horas! en un contexto tan efervescente. Unos días antes, sin embargo, Patt me había avisado vía mail que la convocatoria había sido tan exitosa que estaba «overbooked», por lo que tendrían que desdoblarlo en dos fechas. A mi me tocaba la segunda, junto a otras catorce personas. ¿La lección que nos darían? «Squirt: los secretos de la eyaculación femenina».
Toqué timbre en una edificio viejo antiguo, uno de esos con hermosa yesería y rejas enroscadas como ramitas, tan clásicos de Barcelona. Atrás mío, llegó mi primer compañero. Un hombre de 46 años. Me perturbé de sólo pensar en compartir todo esto con él. Dentro de la sala de este centro holístico en donde se impartirían las clases, el resto de mis compañeros aguardaba. En un rato conocería sus historias, pero antes, conocería a la profe. Me habían adelantado que Anahí Canela era actriz porno y que tenía una especialización en un vasto menú de delicias sexuales como el arte de la sumisión y la dominación. Con un background semejante esperaba encontrarme con una femme fatal. La primera lección fue expandir esas expectativas. Anahí no era una femme fatal, ni siquiera era una femme. Anahí era una persona «gender fluid», una mujer biológica que estaba haciendo su transición a hombre a través de un tratamiento hormonal. Prefería ser considerada hombre pero no le molestaba que la tratemos de mujer. Por lo que contaba, los hombres le encantaban, entonces, pensé que una buena forma de presentarlx sería diciendo que era un hombre trans gay. Inmediatamente me dí cuenta que esa definición era limitante: su creencia de que el género sexual no tenía por qué ser fijo la dejaba abiertx a todas las posibilidades. «Durante el resto de la clase pueden preguntarme lo que quieran sobre todo esto», advirtió consciente de la complejidad de su introducción. Pero aunque esto me llenaba de preguntas, era su enfoque sobre las relaciones lo que me interesaba. «Soy un ser humano al que le gusta mucho tener sexo, pero tanto como tenerlo, me gusta pensarlo. Promuevo el pensamiento reflexivo y afectivo en torno a nuestro placer», explicó. Me alegró escucharlx. Morbo y capacidad analítica son dos elementos que no se encuentran a menudo.
A la hora de presentarse, mis compañeritos no se quedaron atrás con su capacidad de autoanálisis. Lejos de las canchereadas, la mayoría desnudó su vulnerabilidad de entrada. El hombre de 46 años que había conocido en la puerta rompió el hielo confesando no conocer del todo bien el cuerpo femenino, no estar seguro de sus capacidades como amante y su propósito de «empezar a educarse en serio», especialmente ahora que tenía una nueva pareja y estaba muy enamorado. Una mujer de 44, que había venido a la clase con dos de sus mejores amigas, contó su experiencia luego de 16 años de matrimonio con un hombre que había sido abusado sexualmente y cómo eso había limitado su propio comportamiento sexual. Sentado en una silla con su mujer a sus pies, un ingeniero de casi cincuenta se presentó como «un amo totalmente dominante». A nadie le sonó contradictorio que segundos después explicara que estaba ahí porque sentía que su pareja merecía «aún mucho más placer» del que él ya sabía darle. No todo era tan complejo. Había un grupo de amigas que, al igual que una danesa de 24 años que llegó sola, estaban ahí solamente «por intriga». Contra todas mis expectativas, no se avistaba en el salón ningún viejo verde, ninguna dupla exhibicionista, ni un boyeur. El interés parecía genuino, necesario y en muchos casos, sanador.
En las cuatro horas de introducción, escuchamos a Anahí hablar de la necesidad de desgenitalización del sexo, del compromiso ético y de la empatía. Anahí subrayó mucho la vinculación de las emociones con nuestras manifestaciones sexuales y llegó a asegurar que “la gente sexualmente libre, vive la vida que sueña”, introduciendo una dimensión espiritual a toda esta cuestión. Habló de por qué la gente llora después de un orgasmo, de por qué la gente se fuga después de un orgasmo, de por qué, en la era del ghosting y la bomba de humo, somos tan torpes, fríos y hasta crueles con nuestros amantes. De hecho, el día anterior, durante la clase, Anahí había sufrido en carne propia esta brutalidad con la que muchas veces nos manejamos en el ámbito sexual. Fue durante el segundo módulo, cuando la práctica comenzó y se abrió de piernas, totalmente desnuda, para mostrar en sí misma la técnica manual que permite localizar el punto G y provocarse una eyaculación. En ese momento, horrorizada, una pareja salió corriendo del lugar y se dió a la fuga. «Yo estaba ahí desnuda, prestando mi cuerpo para enseñar y quedé totalmente expuesta, sin entender qué les pasaba. No me habían expresado incomodidad ni antes ni durante la lección. Psicológicamente me desarmó», contó, revelando una vulnerabilidad inesperada. «Sino me dicen que les pasa, si actúan como que está todo bien ¿cómo puedo yo entenderlos? Soy una profesora de sexo, soy una actriz porno, pero ante todo, soy un ser humano», dijo, “todos los presentes acá somos seres humanos y merecemos respecto”, recalcó. «Por todo esto quiero pedirles», continuó, «que si alguien no quiere mirar ni ser visto en práctica hoy, no se quede durante la segunda parte”, advirtió. «Teléfono», pensé. Yo seguía completamente incómoda con la idea de «practicar». El pedido de compromiso era explícito y concreto, como según Anahi, debe ser en toda práctica sexual. Y tenía razón.
En España, no hay nada que una tanto a la gente, como la comida. Entre tapas, vino, quesos y aceitunas, el grupo se conoció mejor durante el «break» en un restaurante. Todo eran risas, confesiones y preguntas pero yo me sentía especialmente tensionada. «Anahí, no sé si voy a poder quedarme para el segundo módulo», le solté de repente. Casi angustiada, decidí sincerarme. «No sé si me animo a tocarte ni a que me toques. Tampoco a tocarme delante de todos» , le dije algo avergonzada pero consciente de que su reacción sería decisiva en mi percepción sobre toda esta aventura. ¿Iban a respetarme o me apurarían bajo los preceptos de algún tipo de «progresismo sexual»? Anahí me miró como con un scaner y tras algunos segundo se silencio, me dijo, «esta sinceridad es la que busco. Puedes comentarlo en clase y ver qué piensa el grupo”. Accedí.
Minutos después del postre, de vuelta en el aula, Anahí puso lubricante en su brazo y utilizando la flexión de su codo, nos hizo practicar maneras de tocar, introducir dedos al cuerpo y ejercer presión, de una forma muy precisa. Una vez que todos estábamos aprobados en la técnica, se dispuso a colocar un colchón y comenzar a desnudarse. En ese interín, hablé con mis compañeros. «Vengo de un país en que una mujer puede ser escrachada por hacer topless. En Argentina, hay quienes consideran obsceno ver a una mujer dándole el pecho a su hijo. Me considero una persona libre, o al menos lo intento, pero creo que por todo esto me siento un poco inhibida en mi primera clase de sexo», les expliqué sin saber si era realmente la razón de mi inhibición. Tenía la bombacha puesta, pero me sentía totalmente desnuda. Me escucharon sin juzgarme. Estaba ok que me quede.
Anahí se sacó el pantalón, la bombacha, se acostó y se abrió de piernas frente a nosotros. Su sexo se reveló sin ningún pudor y nadie tuvo pudor tampoco de hacer lo que venía a hacer: mirar. Anahí no tenía una vagina como cualquiera. «Con el tratamiento hormonal, mi clítoris se comenzó a desarrollar de más y se expandió hacia adelante», nos reveló con naturalidad. La clase observó intrigada pero nadie cambió realmente su actitud ante la revelación de esta suerte de micropene. Pronto, utilizando un guante de látex, uno a uno pasaron a tocarla. Anahí los guiaba en el camino al punto G. Una vez ahí, les indicaba si la presión y los movimientos que hacían eran técnicamente correctos. Admiré la capacidad de mis compañeros de tocar un cuerpo tan íntimamente sin hacer de eso un acto sexual. Efectivamente, la actitud de ellos era más bien la de estudiantes de anatomía intrigados por entender algún tipo de funcionamiento fisiológico. Mientras ellos lo hacían, yo no podía parar de observar mi necesidad relacionar el contacto físico con el deseo. Me era imposible involucrarme en una exploración genital sin un juego sexual que me gustara de por medio. Una vez más me pregunté si eso que me pasaba sería personal o cultural, pero nunca supe la respuesta. Después de ese ejercicio, en otro colchón cubierto con toallas que se alternaban por persona, se fueron recostando una a una las mujeres del grupo. Ellas no se abrieron de piernas de frente a la clase, sino de espaldas. Solo podíamos ver sus pubis. Primero fue Anahí quién que las tocó. No era una masturabción ni pretendía serlo. Era más bien una clase de anatomía. Anahí era tan certerx mostrándoles a donde estaba su Punto G que era imposible no asombrarse ante las reacciones de mis compañeras al sentirlo por primera vez. Risas, gemiditos, expresiones de sorpresa. Sino fuera porque yo ya conocía mi punto G, realmente me hubiera dado envidia eso que ellas estaban descubriendo. Una vez señalado, Anahí retiraba su mano y las invitaba a ellas mismas a buscarlo para no “perderlo de vista”. En el caso de las que estaban con pareja, luego, practicaba el hombre. Algunas de mis compañeras efectivamente liberaban el líquido que se considera “eyaculación femenina”, aunque no por chorros, como se ve en las pornos, porque la excitación, la ocasión y la mecánica, no llegaba a ser ideal.
Para mostrar eso que buscaban, Anahí ofreció su perfo porno asistidx por Nacho, un actor que lucía un tatuaje de una corona rodeado de gotita que lo proclamaba “el rey del squirt”. Como dos profesionales, pusieron en escena ese ideal. Luego de unas pocas maniobras especializadas de Nacho, Anahí “squirteó” en vivo y en directo. Dejó el piso mojado. A esta altura, mi sensación era mucho más la de estar en un quirófano que la de una experiencia sensual. La clase aplaudió. Diez horas habían pasado desde el comienzo del curso. Nunca vi gente tan feliz de irse a casa con deberes.
Para curisos:
Qué es Sex Academy
Sex Academy es una escuela de sexo, un espacio que ofrece cursos y talleres relacionados con la sexualidad, para realizar en pareja y de manera individual. Es creación de una danesa, Laila Pilgren, que vive en España y que, al igual que el equipo que supo formar, considera que la educación sexual es algo que debe trascender la adolescencia para continuar en la adultez. Sex Academy cuenta un equipo multidisciplinar académico aliado con profesionales sexuales “de campo”: prostitutas, taxi boys, actores pornos, maestros de BDSM. Con Laila y Patt a la cabeza, lejos de proponerse únicamente como un lugar de diversión, la Sex Academy ofrece cursos y sesiones que buscan brindar herramientas para empezar a sanar traumas sexuales. Podés ir a divertirte y aprender cómo estimular los pies de tu amante, sí, pero también podés ir a consultar por miedos, frustraciones sexuales y disfunciones físicas. La Sex Academy incluso brinda charlas de asesoramiento emocional, para personas interesadas en abrir sus parejas, en prácticas swinger o de sexo grupal, sin destruir el vínculo en el intento. Cuenta con sedes en Madrid, Barcelona y Valencia. Podés mirar su oferta en sexacademybarcelona.com y consultar vía mail fechas exactas. Los cursos se dan cuándo se se reúne un número mínimo de personas y son limitados.