Mi crónica sobre el Pride de Madrid

En escena

 

Canté en el Pride de Madrid 2018 y escribí esta crónica para el Suplemento Sábado de La Nación.

Esta nota fue publicada en https://www.lanacion.com.ar/2152938-gay-pride-al-estilo-madrileno

Foto: Cinti Fest

Esta no es la fiesta de San Fermín ni una Plaza de Toros, pero todos saben que puede correr sangre y bien al estilo español, lo encuentran divertido. En Madrid,  hace algunas semanas estalló el verano, y aunque el termómetro roza los 40 grados, dos decenas de hombres y algunas mujeres se preparan para correr una cuadra ¡de adoquines! en altísimos  tacones que por reglamento, aseguraron a sus pies con cinta adhesiva. Estos corredores saben bien lo que hacen, clasificaron en una elección previa y se ganaron el derecho a competir por el circuito oficial en uno de los eventos anuales más esperados de la agenda de celebración del Orgullo Gay de la ciudad,  que este año cumple 40 años y ha montado una fiesta que no se detendrá en ¡11 días!

La calle en la que estos intrépidos clavan hoy sus agujetas, llamada Pelayo,  es parte de uno de los circuitos LGTBQ+ más simbólicos de Europa. Si su empedrado hiciera memoria y hablara, ahora mismo nos contarían la historia de un pedazo de Madrid tan degradado y deprimido, como parte de la población que terminó viviendo en la zona,  allá por los ´80, cuando las viviendas por aquí eran tan poco cotizadas que permitían a “los parias” hacer de estas coordenadas, su hogar. Por entonces, gustar de personas del mismo sexo, desafiar las convenciones del género o ser demasiado libertino, representaba un ticket sin regreso hacia aquellos márgenes sociales. Pero si estas piedras hablaran, no sólo relatarían qué se siente ser una rejilla  catalizadora de lo que la conservadora sociedad española de entonces consideraba “mugre”, también harían referencia a algo que Madrid experimentó con una intensidad que pocas ciudades conocen: el poder revolucionario de la alegría, de la desfachatez, de unos tacones ridículamente altos,  temerariamente clavados entre las hostilidad de los adoquines. Después de todo, esa es la actitud que convirtió a esta parte del barrio de Justicia en uno de los epicentro europeos reivindicadores del sentido de amar y ser distinto. Esa es la actitud que dió nacimiento a una zona aparte, llamada Chueca. Quién diría que décadas después, estas calles inspirarían uno de los slogans oficiales de la ciudad que las negaba: “Ames a quien ames, Madrid te quiere”.  

Bajo el demoledor sol de Madrid, la mayoría de las mujeres paseamos de un modo en que Buenos Aires se nos consideraría escandalosamente “en bolas”, aunque simplemente sea con poca ropa para abatir el calor. No escuchamos opiniones no solicitadas sobre nuestros cuerpos de parte de hombres que no conocemos, ni perdemos muchos minutos preguntándole a nadie si “está ok salir a la calle así”. Supongo que no es casual que nosotras podamos disfrutar de nuestra piel en un contexto en el que estos hombres pueden disfrutar de nuestros zapatos.  Y sé que no es casual que sean los tacones, elementos femeninos e inmovilizadores por excelencia, las vedettes de semejante irónica celebración. Puede que el gesto de adoptar una prenda femenina y desafiarlas en su función, haya sido usualmente interpretado como una insurrección ante la masculinidad . Sin embargo, hoy y especialmente en esta edición, la Comisión Organizadora de la Gay Pride de Madrid, uno de los cinco Prides más grandes del mundo, ha decidido resaltar con especial énfasis un aspecto que usualmente pasa desapercibido. Ese aspecto pone a estos tacones bajo una nueva luz. El Pride no es sólo un gesto  de defensa hacia la opresión machista, es y siempre fue, un guiño cómplice al universo, o mejor dicho, a los universos femeninos, desde siempre considerados tan ridículos, débiles e inferiores como la homosexualidad. “Este año, como respuesta al intenso momento histórico que viven nuestras compañeras, queremos dejar en claro que toda manifestación LGTBI, es principalmente, una manifestación feminista”, explicitó días antes Juan Carlos Alonso, coordinador general del evento, en su presentación en el delicioso palacio de la La Sociedad General de Autores y Editores, a pocas cuadras de la florida pista de runners. ¿Por qué tantas mujeres biológicas y heterosexuales aman ir a marchas del orgullo? He aquí la respuesta a una complicidad que el mundo masculino heterosexual pocas veces logra vislumbrar.  

El feminismo que proclamó la Gay Pride de Madrid 2018, es en realidad, un transfeminismo. Un transfeminismo que quedó expresado a través de gestos que, al igual que el de los tacones, infiltraron a través del humor, toda una cosmovisión. El Pride de Madrid, que el año pasado supo desplegar roperos por varios rincones de la ciudad para homenajear” a los “enclosetados” presentes en la fiesta, este año se las arregló para cambiar el nombre de Plaza del Rey por  Plaza de las Reinas y montar un enorme escenario exclusivamente compuesto por un batallón de artistas femeninas CIS, es decir, “biológicas” y transgénero. Otras propuestas mantuvieron el atrevido tono del festejo: el Museo de Ciencias Naturales por ejemplo, ofreció un programa de información extra llamado “El arcoiris de la naturaleza”. El programa estuvo orientado a difundir comportamientos homosexuales, transexuales o intersexuales de los animales, a fin de derribar el mito de que “el sexo natural” es meramente reproductivo, heterosexual y monogámico.  En este contexto, muchos niños conocieron, por ejemplo, la historia verídica de Carlos y Fernando, dos flamencos del centro de naturaleza de Slimbridge en Gran Bretaña que forman pareja desde hace muchos años, algo que no es inusual en su especie. Muchos de esos niños se sorprendieron al enterarse que estos enamorados acostumbraron a robarse huevos de otros nidos hasta que los responsables del centro les proporcionaron un huevo fecundado. Tras su eclosión, Carlos y Fernando cuidaron del pollito como si fuera propio hasta que le llegó la hora de volar.

Son cerca de las 18 horas, aún faltan cuatro para que caiga el sol en el verano europeo, y Madrid comienza a convertirse en lo que parece ser siempre, de modo latente: una gran sala de baile. Hasta que amanece, la ciudad es copada por artistas de la fiesta. Por las calles de Malasaña, Moncloa, Lavapies, pasan como estrellas fugaces algunas de las personalidades más desenfadadas de la ya para siempre destapada movida madrileña. Pasa La Prohibida,  pasa La Terremoto de Alcorcón. Pasan las hermanas Juanetes, pasan los Locomía, pasa Amistades Peligrosas y sueño con con pasar también yo. Vestida de lentejuelas, con una enorme cola de sirena brillante y una pesada corona construida con caracolitos noventosos importados de Pinamar, pido permiso para tomar el escenario de Plaza de España y montar mi delirio electropop ¿Permiso? Siento que la ciudad me mira con ternura. En esta Madrid desfachatada y colorida nadie necesita pedir permiso para vivir sus fantasías. Sólo hay que encarnarlas. Parada en un enorme escenario frente a la Gran Vía, anuncio que soy una sirena viviendo en una ciudad sin mar. La gente levanta sus brazos. Me hacen olitas con las manos. Por unos minutos, Madrid vuelve a  transformarse para permitirme también a mi, a ser lo que quiero ser.

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